la foto es de Robb Debenport, tomada de www.debenport.com
Para mí "poseer a una mujer" es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.

martes, 4 de marzo de 2008

Con calmita

Nos encaminamos a mi departamento para hacernos el amor por primera vez. No hubo necesidad de palabras: la relación que manteníamos había madurado suficiente para que compartiéramos nuestro deseo sin poner reglas ni fijar compromisos, sin recurrir a trucos baratos ni chantajes. Y yo además estaba muy enamorado de ella.

La charla sobre la película recién vista fue dando paso a jugueteos y éstos a caricias cada vez más apasionadas. Mientras nos íbamos despojando de la ropa encontramos un platón con uvas, que no tardaron en ser machacadas e ingeridas directamente sobre áreas cada vez más sensibles. Terminamos recostados uno al lado del otro, cubiertos con una sabanita delgada. Nos besamos, nos palpamos, nos recorrimos con la vista y los labios, aunque en medio de la excitación alcancé a percibir que en ella iba creciendo cierta ansiedad.

"Es natural" --pensé--, "aún somos vírgenes el uno para el otro". Debí darme cuenta de que al momento de que mis dedos intentaban sondear su sexo ella los retiraba, gentil pero firmemente, dirigiéndolos hacia el clítoris, pero en ese momento me abrumaba el conjunto de placeres simultáneos sobre todos mis sentidos, y estaba más ocupado deleitándome con su tibia y abundante lubricación, y con la firmeza de sus senos.

Girando un cuerpo sobre otro (la sabanita aún permanecía en su lugar) me encontré de pronto sobre de ella, con sus tobillos sobre mis hombros, y al momento de querer penetrarla me topé con una pared que se volvió más infranqueable tras cada intento.

--Te siento muy estrecha --le susurré, --temo lastimarte.

Se me quedó grabada su mueca de frustración y desánimo, pero me impactó aún más su respuesta:

--No es la primera vez que me pasa... ojalá no seas de los que insultan al quedarse a medias, porque no estoy dispuesta a hacer otras cosas.
--¿Eres virgen?
--Pero no por gusto. Siempre sucede lo mismo, es una especie de fobia.

Reprimí mi instinto de "hombre-rímel" (de los que corren a la primera lágrima) y atine a abrazarla sin decirle nada, dejando que su llanto fluyera por mi pecho. Cuando se sosegó comencé a vestirla, y entre más lágrimas y críticas ("... así se me va a correr la media; se nota que sólo saben desvestirla a una"), escuché su historia. Los médicos no habían encontrado defectos anatómicos ni problemas de lubricación. Mientras abotonaba su blusa me contó que la psicoterapia había sido igual de inútil que los lubricantes y vibradores y al calzarla me confesó que la frustración crecía tras cada intento fallido, pero lo que más le dolía era la incompresión o la hostilidad de sus parejas.

Permanecimos en silencio mientras la llevaba a su casa. Al despedirnos, me dijo:

--Entiendo si no me buscas de nuevo.
--¿Qué no te das cuenta de que te quiero completa, no sólo una parte de ti? --contesté--. Te amo, no quiero perderte. Además, ya conoces el refrán: 'con calmita y salivita, un elefante se coge a una hormiguita'.
--¿Tienes que ser siempre tan vulgar?
--Lo que quiero decirte es que todo tiene remedio. Ya verás que idearemos algo.

Ideamos muchas cosas. Las uvas se alternaban con aceites y otros sabores, y aprendimos a satisfacernos de las maneras más inusuales. Pero sobre todo nos aficionamos a que ella se situara a horcajadas sobre mí mientras balanceaba suavemente su cadera de adelante hacia atrás para frotar con los labios menores la longitud de mi pene. Así alcanzamos los orgasmos más plenos y así también fue que contadas veces logré entrar en ella por breves momentos. Nunca la vi tan hermosa como en esos instantes, cuando se quedaba completamente inmóvil, casi aguantando la respiración, pues cualquier movimiento me dejaría de nuevo en "fuera de lugar". Su rostro se relajaba y empezaba a resplandecer, como un hada que estuviera satisfecha por una buen acción.

Duramos como pareja más de seis meses, pero nuestros respectivos trabajos nos fueron distanciando cada vez más (ambos debíamos viajar mucho) de forma que llegó un momento en que el dolor de encontrarnos sobrepasó el dolor de estar separados. Decidimos que lo mejor era una separación a tiempo y a pesar de no ser difícil, ninguno de los dos intentamos restablecer contacto.

presentación de Power Point

Diapositiva 1
Ésta soy yo...
... me reconoces pese a que nunca nos hemos encontrado en persona, ¿verdad? Mira como me arreglé para ti. Ojalá te guste cómo dispuse que el texto aparezca sobre las imágenes, así no tendrás que manipular el teclado o el mouse, ... tú entiendes. Ah, no te preocupes por la música, que irá sincronizada con las imágenes. La primera es de...

Diapositiva 2
Mi cara...
... con la expresión severa que temen mis alumnos cuando me enfadan, para advertirte que confío en que siguieras las instrucciones del mail adjunto y hayas abierto este archivo a la hora justa, porque en este momento yo también lo leo como si te lo fuera susurrando, mientras recibes instrucciones de aquello que quiero que hagas... y lo que no.

Diapositiva 3
Esta foto es parecida a aquella en que me dijiste cuán atractiva te parezco con ropa deportiva ajustada. Admírame de nuevo con la blusa sudada que se adhiere a mi torso y ruborizada por el esfuerzo mientras te recuerdo que cierres cualquier otro programa, desconecta tu internet y el teléfono; apaga el televisor. Revisa que todo esté dispuesto. ¿Serviste el vino?, ¿el perfume y la crema están a mano? Entonces, acompáñame a...

Diapositiva 4
Mi estudio...
... quiero que veas el desorden de ropas negligentemente dejadas caer, la falda sobre las zapatillas y mi blusa en el respaldo de la silla en la que mis caderas llevan ya el ritmo con la pieza de Allan Parsons que tanto nos gusta. No seas tímido, sube el volumen, que ahora estamos a solas en...




Diapositiva 5
El parque...
... mírame sentada en la banca donde hubiéramos dejado pasar las horas de no habernos conocido separados por miles de kilómetros. ¿Recuerdas que nos escapábamos a aquel pueblecito supuestamente para recabar datos? Fíjate que visto informal, sin maquillaje, mientras bebo uno de esos refrescos que pedíamos con mucho hielo para enfriarnos lenguas y labios y así besarnos en el cuello hasta que no pudiéramos contenernos y corriéramos a...

Diapositiva 6
El hotelito...
... me ves saliendo de la ducha, envuelta apenas con una de esas toallas cortitas que había en la habitación. Sé que me esperas en la cama, que quieres quitarme la toalla y secar con ella los senos y el rostro, y luego beber directamente de mi piel cuanta gota encuentres. Aguarda, tus manos deben seguir quietas: Si quieres, bebe un poco de vino, como si fueran las gotas que escurren por mis muslos y las que lames directamente de mi vientre; te acompaño mientras me arrastras a...

Diapositiva 7
La cama...
... aún no supero el pudor que me ocasionaba aún tu mirada, que me hace esconder mi desnudez entre las sábanas. Por la ventana se cuelan los boleros de aquel cantante que acudía al restaurante del hotel mientras hacíamos el amor llenando el tiempo entre encuentros inventando historias. Pero antes de seguir, debemos ir a...

Diapositiva 8
El supermercado...
... porque entre esos anaqueles y con esta música ambiental tan horrorosa vivimos los mejores momentos de amistad cuando no contábamos con dinero ni para ir al cine y nos entreteníamos con las tarjetas de felicitación a ver quién encontraba la más ingeniosa, y luego saciarnos con muestras de helado y carnes frías, hasta que ahorramos lo suficiente para ir a...

Diapositivas 9a, 9b, 9c, ...
La playa...
... ves ahora un mosaico con varias de las fotos para las que posé en aquel atardecer. La lluvia que ahuyentó a los demás paseantes nos libró de sal y arena. Con toda la ensenada para nosotros solos, bebiendo cerveza y oyendo esta música tropical me convenciste para la secuencia, ¿la recuerdas? en la que me fui quitando las piezas del bañador para dejarte aprovechar el contraste entre la piel bronceada y la claridad de mis senos y cadera...

Diapositivas 10a, 10b, 10c, ...
... te muestro ahora los mejores acercamientos, en el mismo orden en que los tomaste, hasta que no pudiste soportar más tu papel de fotógrafo imparcial y me amaste como nunca, y yo correspondí complaciente como siempre: besaba tu pecho mientras tus manos exploraron todo mi cuerpo, esas mismas manos que aunque quieran dejar la inmovilidad que les asigné deben esperar, pues ahora es el tiempo de...

Diapositiva 11
La pesadilla...
... la peor que he tenido en nuestro lecho, que ves revuelto y destendido. Me acosté enfadada contigo, que ni te percataste de mi enojo porque no le quitabas los ojos a aquella turista. Por eso fue que tuve aquel sueño horrible, y por eso me repegué tanto a tu cuerpo dormido, que sólo respondió abrazándome fuerte y con ternura incondicional, tranquilizándome como si admirara...

Diapositiva 12
El paisaje nevado...

... y la música de Vivaldi, je je, que sólo son para distraerte, ¿te hubiera gustado que nuestra historia fuera así? Pero ahora es el momento de regresar al momento en que estoy dispuesta a seducirte imponiéndote que mis manos sean las tuyas que definen su territorio por mis valles, y que tus manos hagan lo que mis manos, mi boca y mi sexo desean representar sobre tu cuerpo. Empecemos con música de blues y con...

Diapositiva 13
Mi corpiño...
... bajo cuyas costuras ves deslizarse mis dedos (que ahora encarnan a los tuyos). Toma más vino: lo bebes de mi boca, mientras vas descubriendo la textura y las formas que oculta el encaje, siente como van endureciéndose sus crestas al ritmo de mi deseo en aumento, que ves ahora reflejado en...

Diapositiva 14
Mi rostro...
... cuyas facciones contraídas te delatan que mis manos se posesionan de las tuyas, se llenan de crema para recorrer tu cuello, tu pecho, y llegando a tu estómago subir para entretenerse presionando tu esternón y la zona bajo las clavículas, pues en este momento cae mi brassiere y contemplas....

Diapositiva 14
Mis senos...
... que buscan con anhelo tu boca. Pero sólo dejo una de mis manos para que los atienda, porque la otra empieza a descender sincronizada con la tuya. Las dos llegan al mismo tiempo a presionar entre las ingles, aún sobre la tela que cubre...

Diapositiva 15
... Mi sexo
... tibio y húmedo, dispuesto a darte lo mejor cuando lo cubras por entero con tu palma, lo llenes de besos, lo mimes, lo palpes con delicadeza y le sepas preguntar cómo satisfacer sus ansias para responderte...

Diapositiva 16
... de cuerpo entero
Reflejada en un espejo para que me goces también con tu vista. En este momento yo libero tu sexo, hago que tu mano forme mi cavidad que te guarece, te recorre en tu totalidad presionando sobre sus puntos más sensibles una y otra vez hasta que alcancemos nuestros clímax, para después recordar esta experiencia con...

Diapositiva 17
... el perfume
ese de la marca que me sugeriste, y con el que me que debes aspirar ahora. Huélelo, llena tus sentido con su aroma, asócialo con las imágenes que te acabo de mostrar. Y así, cada que quieras una fantasía que supere la distancia, abre el perfumero un poco, y allí estaré contigo de nuevo.

fin de la presentación.

Datos adjuntos, debo advertirte.doc

Debo advertirte que ésta no es una más de esas historias chapuceras con las que retribuyo las fotos que me envías cada vez que coincidimos en línea. Ésas tus fotos que desentonan tanto con tu nick de dibujo animado cursi, y que borro enseguida de acuerdo a tus deseos.

Ahora quiero decirte que anhelo ser el fotógrafo ante quien posas confiada y juguetona. Yo respetaría tu maquillaje natural, el peinado que apenas sujeta tu cabello lacio y castaño, tus uñas cortas bien manicuradas y esa terca ausencia de accesorios. Habría, sí, algunos cambios: la sesión sería en exteriores, a las primeras horas bajo una luz cálida que resalte la belleza de tu rostro, tus muslos tersos, la elegancia de tu cuello y tus senos plenos. Mudaría la lencería juvenil en colores pastel por sedas oscuras, entre las cuales pueda comprobar si compartes mi pasión por dar y recibir sexo oral, cuando mi boca atestigüe cuán mullida es la piel de donde brota tu vello suave, mientras mi lengua se asombra con la firmeza de tus pliegues paladeando tus dulzuras.

Después ya no me intrigará más si prefieres que te ame con suavidad y caricias o que te posea desenfrenadamente aferrado a tus redondeces, porque estaré al pendiente de satisfacerte anticipando tus urgencias. Sólo te impondré la postura final, cuando yazcas de frente a mí y cierre tus piernas con las mías dejando libre tu cadera para que le dé contrapunto a mis vaivenes, al tiempo que mis manos aproximan tus senos entre sí para que me goce de ellos a la vez. Y al terminar te preguntaré otra vez tu verdadero nombre.

Espero tu respuesta....

... yo no quería

Manejo un pequeño comercio de artículos escolares en un barrio donde reside una pediatra de renombre, siempre atareada en la consulta, con su única hija, Laura Edith. Aunque amables, no intiman con nadie; según los chismorreos, la madre ocultó su divorcio por años a las monjas del colegio para evitar la expulsión de la niña... --tan retraída, pobrecilla, por la falta del padre, siempre sola en esa casona, --comadreaban las vecinas al verla.

Pasaba de diecinueve, pero por su físico tan aniñado aparenta quince: delgada, con el cuerpo sin gracia de su madre, caderas estrechas y un busto escaso oculto con rigor. Su rostro, que no llega a ser bonito, más bien inspira simpatía por la naricilla respingona llena de pecas y una voz cantarina que contrasta con su expresión conventual.

Sólo una vez había intentado charlar con ella cuando, al darle el vuelto, reparé en
sus manos pequeñas, de dedos alargados y finos. --Tienes la línea del arte --le dije mientras se la remarcaba con el canto de una moneda. --Es muy rara--. No respondió, pero su gesto de incredulidad y desconfianza dejó bien en claro cuán imprudente juzgaba el comentario.

Anoche al cerrar, tras una jornada agotadora, me encontraba atareado en la contabilidad cuando alguien llamó. Era Laura, le había fallado la impresora y requería de mi equipo pues no podía acudir a su madre, que estaría ocupada hasta muy tarde en el quirófano.

Los problemas comenzaron al tener que convertir el formato de sus archivos. Intuí que el asunto sería largo; a esa hora yo anhelaba una ducha y empezaba a incomodarme una barba incipiente. No me sentía bien para estar cerca de nadie. Y menos de alguien que oliera a talco.

Para agilizar la tarea me posesioné del teclado --soy muy hábil-- mientras ella permanecía de pie a un lado atenta a los avances y --pensé-- viendo qué podía aprender. En otras circunstancias se lo hubiera explicado, pero tenía urgencia por acabar. Ella se fue aproximando, pendiente de la pantalla, de forma que al cambiar la mano del teclado al ratón le empecé a rozar las piernas.

Yo estaba concentrado en la máquina, ajeno al mundo, hasta que llegó el momento en que me sorprendí que, en vez de retirarse, no tardó en apoyar sus muslos sobre mi brazo. Cuando sentí que se montaba sobre mi hombro, estremeciéndose, me giré para decirle: --Oye, Laura, creo que mejor... --pero mi cara dio de lleno entre sus senos firmes mientras la oía decir, con una voz algo enronquecida: --Sé que me deseas...-- al tiempo que se abrazaba de mí, atrayéndome hacia una mesa de trabajo.

Se sentó en el borde, mientras guiaba mis manos por su cuerpo, siempre sobre la ropa sedosa y oscura. Me dejó los dedos sobre el dobladillo de su falda, invitándome a remangarla, mientras ella soltaba mi pantalón y rebuscaba dentro. Logré quitarle sus pantis de ositos sin fijarme cuándo se descalzó, pero sentí claramente como me apresaba con los talones en mi espalda.

Allí estaba yo, sujetándola de la cintura y dejándole completamente la iniciativa. Descubrí cuán sensual podía ser ese exceso de prendas que inutilizaba la vista, obligando a concentrarme en lo que palpaba, sintiendo como ella frotaba mi pene erecto todo alrededor de su sexo, diciendo: --...mejor que se conozcan bien antes de que se compenetren...--

Cerré los ojos (de cualquier manera su falda cubría la escena) y me abandoné a su voz y a sus manos de artista, anhelando su siguiente estremecimiento, a la espera de que me guiara pronto a la entrada de su mundo, de que ya no me excluyera.

De pronto, me impulsó con sus pies hacia delante. El dolor de la desfloración le recordó su vocación de sacrificio, pues empezó a salmodiar: --Ave María... yo no quería... Ave María...--; cuando mi ritmo se incrementó, la letanía cambió a: --Padre Nuestro... qué bueno está esto...-- para rematar el santoral con --¡SANTO TOMÁS!!!...--


Le agradecí su entrega besándola en los párpados y volteando hacia otro lado mientras arreglaba su ropa. Se despidió de mí, diciendo: --¿Sabes que la doctora Edith tendrá guardia este sábado por la noche?