la foto es de Robb Debenport, tomada de www.debenport.com
Para mí "poseer a una mujer" es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.

viernes, 18 de diciembre de 2020

 Y el Lobo le advirtió a Caperucita:

"Soplaré y soplaré,
y tu ropa esfumaré."

jueves, 17 de diciembre de 2020

Presionas

tu pezón erecto
en mi entrecejo.
Mi tercer ojo
resplandece.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Lavando lechuga
mis dedos recuerdan
otras texturas.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

esa sonrisa
cuando muerdes tu labio
mirada sensual...

lunes, 7 de diciembre de 2020

ropa ausente
sólo un escapulario
entre los senos

viernes, 4 de diciembre de 2020

Formas secretas
ocultas tras tu escote
suaves firmezas

sábado, 21 de noviembre de 2020

Sus primeros momentos

Para G. (y sus piernas de ensueño),
la esencia que inspiró este texto y la pluma que ayudó a mejorarlo



El artista está arrodillado frente a otra de sus obras. Esta vez su trabajo se basó en esculpir sólo ideales de belleza ausentes en el resto de sus modelos. Su boceto: una estatua femenina a tamaño natural, de pie, adornada con pocos accesorios, vestimenta sencilla, el cabello rizado y suelto, cubriendo los hombros.

Se aleja unos pasos, la distancia suficiente para mirar lo creado. Se le ve insatisfecho: sus expectativas nuevamente son mayores al resultado. Termina de bruñir con desgano los últimos rebordes allí donde las piernas sobresalen de la túnica corta. De pronto, una mano le limpia el sudor de la frente y le cierra los ojos. No es la suya, sucia y cubierta de polvo de mármol. Entiende que un roce de dedos tan sedosos sólo puede ser merced divina, sin la cual sería imposible esa caricia que mezcla tersura con la destreza exacta para entrelazarse en su pelo desordenado y acercarlo contra su cuerpo.

No necesita mirar, pues tiene grabados en la mente todos los detalles y la proporción áurea de cada curva. Prefiere escuchar, así con los ojos cerrados, la suave respiración que lo baña con un aliento cálido, mientras se llena del aroma que emana del abdomen donde tiene apoyada la mejilla. Permanece inmóvil, no quiere incomodar con sus dedos callosos y ásperos esa piel tan fresca; tampoco se atreve a averiguar si bajo la túnica están todas las formas que creó palmo a palmo (y que sólo debían adivinarse).

El asombro lo ha dejado sin saber qué hacer. Ella toma la iniciativa y empuja suavemente la cabeza del escultor más allá de la parte media de su cuerpo, hasta dejarla frente a sus rodillas. Él entiende que sólo su boca es lo suficientemente suave para no lastimarlas. Las besa tímidamente y sube para sentir la tibieza de los muslos y sube más, oliendo y besando a cada lado, maravillado con la suave firmeza que tiene delante. Se percata de que aún sujeta la orilla de un lienzo de lino vaporoso, mete la cabeza por debajo, dejándolo caer sobre su nuca como un velo y, ya con sus manos libres, la toma de la cadera. Llega a la bifurcación de las esbeltas piernas, donde encuentra una detallada delicadeza de formas que recorre con más cuidado que el que pueden brindar sus labios. Es la punta de su lengua la que ahora acaricia, explora y paladea la ambrosía que corresponde sus vaivenes.

Y, entonces, escucha por primera vez una voz que entona su nombre cada vez más rápido. Podría estar así tanto tiempo como ella quiera, pero sabe que hay mucho más para descubrir, tanto que puede aprenderle, tanta vida que puede seguir surgiendo entre ellos. Por eso vuelve a la posición inicial, su mirada se dirige hacia arriba y, como en un reflejo, se encuentra ante el brillo inteligente de sus ojos aceitunados...

martes, 25 de agosto de 2020

Pudor de espuma

dos líneas de tu ingle

quedan ocultas.

 (Gracias, Tizha, por la foto)

 



miércoles, 12 de febrero de 2020

Sólo caricias...


Nunca he entendido por qué a ella le dan tantos ataques de inseguridad si es guapísima. Me fascinan su cara y su cuerpo, me gusta mucho cómo besa y, sobre todo, me encanta hacerle el amor. El problema es que cuando se siente tímida no es nada receptiva, por eso establecimos el código “sólo caricias”, palabras que me dice poniéndome su dedo índice sobre los labios. Entonces  nos abrazamos mientras le acaricio el pelo o le beso los ojos.
            La conozco tan bien que por su semblante sé cuándo es uno de esos días. Así que me sentí frustrado esa noche al llegar a su casa y verla más deseable que nunca, vestida con una blusa suelta y escotada, unos jeans muy entallados que marcaban la forma de su cadera, su pubis y sus piernas, calzadas con esas botas altas que detesto porque son tan difíciles de quitar. ¡Diablos!, olía delicioso y el escenario era, por decirlo lo menos, muy propicio para la intimidad con música suave y un buen vino junto al sofá tan cómodo y amplio en el que solemos pasar el tiempo.
            Ahí nos acomodamos y mi deseo creció al tenerla cerca. La senté sobre mis piernas y comencé a besar su cara sosteniéndola de la cintura, pero me rechazó deslizándose hacia atrás. Quedó recostada extendida, su blusa un poco remangada y el torso más bajo que sus piernas, que quedaron sobre las mías. Separé un poco sus muslos y comencé a acariciarlos por su cara interna, deslizando mis manos fácilmente porque ella, siempre, usa pantimedias bajo el pantalón, y fui subiendo hasta rozar la costura central. Empecé a explorar bajo su blusa al tiempo que presionaba sobre su pubis dándole un movimiento de vaivén, alternando presionar levemente sobre la zona central con mi dedo medio, luego bajando el índice y el cordial a los lados de la ingle, seguido de un movimiento rotatorio sobre toda la entrepierna.
            Comenzó a gemir, despacito. Solté el broche de sus jeans y bajé la cremallera para introducir la mano bajo su lencería. Exploré sus pliegues cuidando de no lastimarla, porque el elástico de las pantimedias no me permitía mucha libertad. La encontré tibia y húmeda y logré lubricar alrededor de su clítoris. Debajo de su brassiere sus pezones ya estaban firmes.
            Tuvo su primer orgasmo, corto e intenso. Levanté su cadera para poder bajar toda su ropa hasta donde las botas lo permitieron y separé lo más que pude sus piernas para estimularla y estimularme viendo cómo se mordía el labio inferior antes de que con todo el rostro mostrara cada que llegaba al éxtasis. Podría haber estado así por horas, pero de pronto me dijo “ya no más”, se incorporó, me retiró los dedos que le había introducido y me los puso sobre mis labios diciendome con picardía: “hoy, sólo caricias”.