la foto es de Robb Debenport, tomada de www.debenport.com
Para mí "poseer a una mujer" es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Sus primeros momentos

Para G. (y sus piernas de ensueño),
la esencia que inspiró este texto y la pluma que ayudó a mejorarlo



El artista está arrodillado frente a otra de sus obras. Esta vez su trabajo se basó en esculpir sólo ideales de belleza ausentes en el resto de sus modelos. Su boceto: una estatua femenina a tamaño natural, de pie, adornada con pocos accesorios, vestimenta sencilla, el cabello rizado y suelto, cubriendo los hombros.

Se aleja unos pasos, la distancia suficiente para mirar lo creado. Se le ve insatisfecho: sus expectativas nuevamente son mayores al resultado. Termina de bruñir con desgano los últimos rebordes allí donde las piernas sobresalen de la túnica corta. De pronto, una mano le limpia el sudor de la frente y le cierra los ojos. No es la suya, sucia y cubierta de polvo de mármol. Entiende que un roce de dedos tan sedosos sólo puede ser merced divina, sin la cual sería imposible esa caricia que mezcla tersura con la destreza exacta para entrelazarse en su pelo desordenado y acercarlo contra su cuerpo.

No necesita mirar, pues tiene grabados en la mente todos los detalles y la proporción áurea de cada curva. Prefiere escuchar, así con los ojos cerrados, la suave respiración que lo baña con un aliento cálido, mientras se llena del aroma que emana del abdomen donde tiene apoyada la mejilla. Permanece inmóvil, no quiere incomodar con sus dedos callosos y ásperos esa piel tan fresca; tampoco se atreve a averiguar si bajo la túnica están todas las formas que creó palmo a palmo (y que sólo debían adivinarse).

El asombro lo ha dejado sin saber qué hacer. Ella toma la iniciativa y empuja suavemente la cabeza del escultor más allá de la parte media de su cuerpo, hasta dejarla frente a sus rodillas. Él entiende que sólo su boca es lo suficientemente suave para no lastimarlas. Las besa tímidamente y sube para sentir la tibieza de los muslos y sube más, oliendo y besando a cada lado, maravillado con la suave firmeza que tiene delante. Se percata de que aún sujeta la orilla de un lienzo de lino vaporoso, mete la cabeza por debajo, dejándolo caer sobre su nuca como un velo y, ya con sus manos libres, la toma de la cadera. Llega a la bifurcación de las esbeltas piernas, donde encuentra una detallada delicadeza de formas que recorre con más cuidado que el que pueden brindar sus labios. Es la punta de su lengua la que ahora acaricia, explora y paladea la ambrosía que corresponde sus vaivenes.

Y, entonces, escucha por primera vez una voz que entona su nombre cada vez más rápido. Podría estar así tanto tiempo como ella quiera, pero sabe que hay mucho más para descubrir, tanto que puede aprenderle, tanta vida que puede seguir surgiendo entre ellos. Por eso vuelve a la posición inicial, su mirada se dirige hacia arriba y, como en un reflejo, se encuentra ante el brillo inteligente de sus ojos aceitunados...