la foto es de Robb Debenport, tomada de www.debenport.com
Para mí "poseer a una mujer" es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Prendas sedosas.
Mis manos en tu gaveta
de lencería.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Fiesta temática.
Besos de dementor
sobre tu pubis.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Sabor de diosa.
La cuchara de miel
por otros labios.

viernes, 28 de octubre de 2022

En el espejo
veo tus senos erguidos
sobre mi hombro.

sábado, 15 de octubre de 2022

Fragancia tibia
tatuaste en mis dedos
tu humedad íntima.

sábado, 1 de octubre de 2022

Cae de pronto
el tirante de tu blusa
sobre mi brazo.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Y recuerdo bien esa noche oscura y tormentosa...

 

“… te agradezco tu mensaje de felicitación.
Sabes que te llevo siempre en mi mente y en mi corazón.”

Así respondí a las felicitaciones que me dejaste por mi cumpleaños, pero no he decidido si enviarte también estas líneas. Porque debería comenzar precisando algunas cosas. La primera: me sorprendió muchísimo recibir tu solicitud de amistad. Más después de dejarte plantado aquella vez que yo misma te cité, resignada a no volver a saber nada de ti después, aunque vi que compartíamos amigos en las redes. Casi no reacciono a tus publicaciones, pero las sigo siempre, reconociendo en ellas ese suave erotismo con que me trataste en las dos únicas veces que nos tratamos. La segunda: no miento cuando digo: “te llevo siempre en la mente”. ¿Cómo olvidar a quien me acarició los senos como nadie, ni yo misma, lo ha conseguido?

Recuerdo todo de aquel día y, sobre todo, de aquella noche. Después de la hora de comer fui a tu escuela a visitar a Tere, compañera tuya, quien nos presentó en una fiesta donde coqueteamos un poco. Nos encontraste en gran plática en la cafetería y te uniste a nosotras. Ya empezaba a hacerse tarde y amenazaba lluvia, así que les ofrecí llevarlos en mi carro a la estación del metro más cercana, incluyendo a Claudia, una amiga de ustedes, a quien nos encontramos en la salida. 

                Lo que parecía que iba a ser una lluvia ligera se convirtió en una tormenta eléctrica y granizo con vientos huracanados que colapsó por horas la ciudad entera y la red de telefonía celular: calles inundadas, avenidas bloqueadas por árboles caídos, postes y cables, además de accidentes de tránsito por doquier y apagones generalizados nos fueron desviando por rumbos desconocidos y medio sórdidos, donde finalmente el sistema eléctrico de mi carrito sucumbió a las calles encharcadas. Quedamos cerca de un hotel de ínfima categoría que sólo tenía una habitación disponible. Tras lograr avisar a nuestras casas que estábamos bien, pero aisladas por la tormenta, nos “hospedamos”, intimidadas por la mirada de envidia lujuriosa del recepcionista cuando te dio la llave al verte acompañado de tres mujeres. 

                El cuarto resultó tan deprimente como las calles de alrededor. Su único mobiliario era una mesa sin sillas y dos camas matrimoniales, además de un pequeño baño que no invitaba precisamente a usarlo. Claudia y yo no nos conocíamos; como la pobre estaba al borde del colapso nervioso, decidió que ella y Tere compartirían una de las camas, se quitó los zapatos y de inmediato cayó profundamente dormida sobre las mantas delgadas. Teresa no tardó en acompañarla, dejándonos en la embarazosa situación de quedarnos casi a oscuras, sentados en la cama conversando de todos los gustos que nos descubrimos en común sobre libros, películas y música. 

                Empezamos a hablar en susurros para dejarlas dormir y por eso nos fuimos acercando hasta quedar muy próximos. Sentí cómo iba creciendo la tensión, pero aun así me sobresalté cuando me dijiste al oído: “me gustas mucho”. No me moví, dejé que recorrieras mi cuello con tus labios mientras me abrazabas por la espalda. Pronto estuvimos completamente bajo por la manta como adolescentes primerizos. Desabotonaste mi blusa sin prisas; yo te ayudé a quitarme el bra, y por la forma en que admiraste mis senos olvidé el miedo a que me los maltraten, tan sensibles ellos. Comenzaste delineando mis pezones con la suave piel de tu pulso y las areolas con las yemas de tus dedos, como si los leyeras en braille, alternando caricias con besos muy ligeros y suaves toques con la punta de la nariz. 

                Todo iba muy bien, pero al momento en que desabrochaste mis jeans me empecé a sentir incómoda. Incómoda por no estar solos, por el lugar tan poco adecuado, por estar segura de que al menos Tere nos estaba escuchando, por no saber cómo me iba a bañar después de que hiciéramos el amor. “Me cohibí”, alcancé a susurrar. Sin decirme una sola palabra, comenzaste a reordenar mi ropa con ternura, sin chantajes ni recriminaciones. Si hubieras insistido quizás habría accedido a seguir, pero en ese momento me sentí tan amada y protegida, que casi en seguida me dormí en tus brazos. 

                A la mañana siguiente amaneció con un increíble buen tiempo y por suerte el auto arrancó sin problemas. Resultó que no estábamos lejos de una línea del metro. Casi no conversamos en el corto trayecto, pero sé que coincidimos en no intentar vernos ese mismo día. Al despedirnos te cité para el día siguiente en el café-librería del que resultamos ser clientes asiduos. 

                Ese día y el siguiente estuve pensando. En mi novio, en que nunca he sido una chica de irse a la cama a la primera, en tantas cosas... Abrumada, decidí cortar por lo sano, aunque implicara recurrir al peor recurso: dejarte plantado, lo que siempre he considerado como la peor patanada que se le puede hacer a nadie. Y en el pecado llevé la penitencia: me quedé con la duda de cómo sería hacer el amor contigo, siempre comparando las nuevas caricias con las tuyas, siempre con la duda de cuántas veces me habrías llevado al éxtasis de habernos visto otra vez... 

                Y ahora, que sabes mi versión de la historia, me gustaría saber si tú también fantaseas como yo con que hacemos el amor, si te acuerdas de mis boobies y te excitas tanto como yo pensando en que las acaricias de nuevo y nada te detiene para mirarme, tocarme y besarme toda, dándome esas caricias con las que lograrías que me entregara a ti sin dudas ni temores... ¿Me deseas tanto para masturbarte pensando en mí como yo lo hago?, ¿fantaseas que soy yo con la que tienes sexo cuando te acuestas con otras? Me encantaría saber que tu respuesta es un “sí”. 

 tuya por siempre

Pati


>>mensaje enviado>> 

  

martes, 13 de septiembre de 2022

Suaves jadeos
contemplando el cielo
tras el orgasmo.

miércoles, 24 de agosto de 2022

 Golpe de viento
juguetea con tu pelo ... y con tu falda.

viernes, 19 de agosto de 2022

Fuera del Edén...

 Y, compadeciéndose de la dureza de la maldición con que expulsó a Adán y Eva del paraíso, Dios ordenó a Adán:

"Atenderás sus humedades con el empuje de tu boca."

Y vivieron felices desde entonces.

miércoles, 6 de julio de 2022

bailamos?

 Los acordes del saxo se apagan y quedamos de pie, estrechándonos más a cada mordisco. Me pierde el aroma de tu pelo y la piel mullida de los hombros sobre los que cae como cascada, me engolosino sobre una cadera que vibra sabiéndome incapaz de dejar de imaginarte tendida y tibia. Te retiro una mano de mi hombro y la guío a mi garganta, y luego hacia abajo, despacio, apretando hasta llegar al vientre. Sí, que presione allí, con la palma, que sea firme para consolidar este deseo de alojarme en sus santuarios. Aprovecho la penumbra y te seduzco de a poquito besando tus cejas y párpados, no dejo de acariciar tu rostro de durazno, busco intuir en el contorno de tus senos el color apiñonado que los corona. Me lleno de tus besos en cuello y pecho, y de la forma en que acaricias espalda, torso y pelo. Las ropas al caer sobre la alfombra se buscan estableciendo sus propias penetraciones compartidas tu ternura y tu tibieza, mi olor y mi deseo. Siento tu aliento entrecortado y tibio sobre mi pecho. Cálida, húmeda y tersa es la sensación que regalas a mis dedos que te exploran guiados por la brisa marina que exhalan tus profundidades. Y no llegamos a la cama, te elevas sobre mí cruzando los talones tras mi espalda para guardar el equilibrio. Y recorro nuevamente tus curvas con mis manos y tus senderos estrechos con mi sexo, tu horno de piel que me cocina con tus jugos condimentado con mis ansias. Y con tu espalda contra la pared te poseo toda, me deleito con tu rostro, con las pecas de tu escote, con la imagen de mi vaivén que me pierde tras tu pubis junto al sonido gozoso, borboteante, que provoca al salir y entrar una y otra vez hasta alcanzar la sensibilidad máxima de tus texturas internas justo antes de que tu orgasmo secunde al mío con contracciones compartidas preanunciadas con gemidos entrecortados. ¿Me concedes, amor, la siguiente pieza?

domingo, 3 de julio de 2022

Visión furtiva.
Tu desnudo astral
a medianoche.

miércoles, 29 de junio de 2022

Suave dosel
tu falda floreada
sobre mi nuca.

miércoles, 22 de junio de 2022

¡Sorprendeme!

 

Esa tarde había terminado a buena hora todo lo que tenía programado trabajar para la jornada. Me di un buen baño y salí a la tienda de la esquina para comprar alguna golosina. No era porque en realidad la quisiera, sino que me gusta salir a caminar un poco y de paso ver a Jazmín, la dependiente, dueña de un derriere de ensueño que suele lucir con ropa muy ajustada. Tuve suerte: ese día vestía unos leggins blancos que ahora no cubría (como solía ocurrir) bajo una blusa larga.

                Me quedé un rato haciendo tiempo curioseando los mostradores de la tienda y las piernas de Jazmín. En eso llegó Karina, una atractiva vecina maestra de danza que daba clases de ballet en un estudio en su casa, hasta que la pandemia la obligó a cerrar su local. Nos saludamos mientras ella compraba un six de cervezas y algunas botanas saladas. Salimos de la tienda, y me pareció ver que ellas intercambiaron miradas de complicidad al momento de despedirse. Empezamos a caminar juntos rumbo a nuestras respectivas casas cuando de pronto, me preguntó a bocajarro:

 –Te gusta Jazmín, ¿verdad?

Sin saber por qué, contesté con absoluta sinceridad: –Se me antojan sus nalgotas. –No me dio tiempo de asombrarme de mí mismo por contestar así, cuando Karina prosiguió:

–Pues las tuyas no están nada mal.

                 Me dejó sin habla. Si bien es cierto que mis glúteos aún son muy firmes por años de natación nunca esperé ser piropeado de esa manera. De cualquier forma, no tuve mucho tiempo para estar asombrado, porque en seguida me dijo.

–No te hagas ilusiones con ella: es gay. Alguna vez se acercó a mis clases y pudimos intimar un poco. La verdad es que sí tiene un cuerpo de campeonato, pero no es muy mi tipo.

Debo haber puesto cara de bobo, porque en seguida añadió:

–No todo lo que se dice de mí y mi mala fama es cierto, pero sí hay cosas que pocos saben, como ésa que te acabo de decir. Anda, vamos a mi casa, te invito una cerveza para que se te baje lo ruborizado.

                Pasamos al salón donde daba las lecciones de ballet, ahora acondicionado con muebles cómodos y pantallas de video estratégicamente distribuidos para aprovechar al máximo los enormes espejos de las paredes. Quitó dos cervezas del paquete y puso el resto en el frigobar junto al gran equipo de sonido, que encendió para poner un cd de jazz tocado con saxofón.

                Nos sentamos uno frente al otro en sillones tipo puff muy cómodos mientras conversábamos de trivialidades y pasábamos a beber licores más fuertes. Ya en confianza gracias al alcohol, la conversación derivó a temas cada vez más candentes. Me confesó que su vida íntima se había visto muy restringida por la pandemia, pero que el sexo virtual la aburrió muy rápido. Sobre todo, le molestaba que se le acercaran con el típico “te enseñaré a gozar”, –como si una no supiera –me dijo. Estuve de acuerdo; le comenté que si algo había aprendido era que lo mejor que podía hacer uno con una mujer sólo era ayudarla a alcanzar el éxtasis y gozarlo con ella.

                Ella descruzó las piernas, me miró con picardía y de pronto dijo: –Sorpréndeme.

                Le pedí que se acercara. Metí las manos bajo su blusa y la tomé de la cintura, deslizándolas hasta llegar a las costuras del sujetador. Bajé de nuevo acariciando su costado y de vuelta hacia arriba le levanté la blusa, se la quité y seguí subiendo para acariciar su rostro y soltarle la coleta. No podía dejar de cambiar mi vista entre ella y sus muchas imágenes que reproducían los espejos. Bajé acariciando su espalda y palpé con entusiasmo su trasero. Me sorprendió cómo se sentía todo su cuerpo. Siempre había imaginado que las bailarinas tenían los músculos muy tensos y a flor de piel. Pero el cuerpo de Karina resultó muy suave al tacto, además de que olía delicioso.

                A continuación la despojé de sus pantaloncillos, aprovechando para recorrer sus largas piernas. Me quedé viéndola vestida sólo con su lencería juvenil color pastel y sus zapatillas deportivas blancas. La admiré de frente y en todos los ángulos gracias a los espejos. Me encantaron sus senos pequeños y firmes. Para besarlos, la traje hacia mí sosteniéndola firmemente de sus bien torneadas nalgas, y con la boca fui haciendo a un lado su sostén.

                No me contuve y empecé a lamer y chupar sus pezones pequeñitos, que ya en ese momento estaban erectos y endurecidos. La hice que se sentara en mis piernas. Besé su cuello; con una mano acariciaba alternadamente sus senos y con la otra su sexo. Lo apreté suavemente, busqué sus contornos y los presioné hacia arriba haciendo una pinza, volviendo a recorrer sus ingles de un lado y del otro empujando hacia el centro, donde me tardaba frotando rápidamente arriba y abajo.

                Mi excitación creció al escuchar cómo su respiración se hacía más lenta y profunda, convertiéndose en suspiros y luego en gemidos ahogados. Mis dedos comprobaron la humedad que trasminaba por la tela de sus boxers; me los olí y luego se los acerqué para recorrer sus labios antes de besarla por primera vez.

                La recosté de espaldas en un diván próximo. Tiré suavemente hacia arriba la tela para que los contornos de entrepierna se dibujaran nítidamente y luego empecé a bajar toda la prenda. Pero no del todo, los dejé entre sus rodillas para impedir que separara las piernas. Y así juntos levanté sus muslos hasta su torso e hice que se los sujetara con las manos.

                A mi vista se desplegó la vulva más hermosa y besable que hubiera conocido. Junté las uñas de mis manos y las introduje con delicadeza en el surco central separando hacia los lados los ya enrojecidos labios mayores. No me contuve para besar, lamer, chupar y paladear aquella puerta al paraíso. En eso los gemidos de su primer orgasmo dieron paso a un: “tú, tú, tú”…

                Su posición favoreció una penetración muy profunda. Le mantuve sujetas las piernas contra su torso hasta que decidí liberarla para que gozará a su gusto con sus variaciones preferidas. Perdí la cuenta de sus orgasmos y del tiempo que estuvimos haciendo el amor como locos. Finalmente me empezó a cabalgar sabiendo que ya estaba al punto del clímax, que alcancé sujeto de sus senos y mirando todos sus ángulos en los espejos de alrededor

                Estuvimos acostados lado al lado recuperando el aliento. Al momento de salir de ella, me comentó:

–¿Te parece si sondeo a Jazmín para organizar un trío?



viernes, 17 de junio de 2022

Leyendo en braille
tus areolas orladas de cabuchones.

jueves, 10 de marzo de 2022

Un breve reencuentro

 

             Basado en un original escrito por mi buena amiga M. V.

 

 

Carolina viajó para encontrarse con Emilia, su mejor amiga, a la ciudad donde ambas se conocieron. A pesar de que quería ahorrar, decidió no quedarse con los familiares de su amiga, y se alojó en un hotel, aunque no tuviera ni la comodidad ni la privacidad a las que estaba acostumbrada. Decidió tomarlo como uno de sus viajes de aventuras, emocionada por estar en la metrópolis que no visitaba desde hacía años.

            Luego de ponerse al día con sus vidas, visitaron a varias de sus amistades en común entre ellos a André, un antiguo conocido más o menos cercano del pasado, pero con quien Carolina nunca se animó a más, ya que su instinto le decía que, aunque ella lo disfrutaría mucho, él sólo le ofrecía pasarla bien. Pero esa noche decidió finalmente dejarse llevar por unas ganas que la consumían desde hacía varios años. Esperaron a que él finalizara su turno en el trabajo y fueron a comer, luego a compartir y tomar algunos tragos. Luego de que Emilia se retiró, Carolina y André se quedaron un rato más para seguir bebiendo, escuchar música y cantar. Carolina, creyendo que las cuatro horas de distancia que separaban sus hogares la pondrían a salvo de aquello que sus corazonadas siempre le habían advertido, le susurró a André que quería estar con él: sólo sexo sin compromisos.

             Fueron a casa de André en zonas aledañas de la ciudad; algo sencillo, pero suficiente para estar cómodos. Ella intentó mantener la distancia emocional, –¡sólo sexo!, se repetía a sí misma–. Percibió la suave y cálida piel de André, sus besos y caricias, y ya no se detuvo; se sentía tan bien que incluso empezó a perderse en medio de una neblina, en donde únicamente la guiaba el placer. Sólo pedía ser poseída, tenerlo dentro... y, al momento en que él lo hizo, ella perdió la razón. Únicamente le quedaron nebulosos recuerdos de un dulce dolor al sentir su miembro entrando en ella, de él intentando silenciar sus gemidos con su mano mientras empujaba cada vez más adentro; de ser puesta boca abajo bruscamente para ser penetrada salvajemente mientras él mordía su espalda y jalaba su cabello, de morder el colchón al momento del orgasmo mientras él seguía sin piedad alguna… y luego verlo acostado a su lado, sin un recuerdo completo de lo que había pasado. ¡Le encantó! ... y entró en pánico, así que se excusó y tomó un taxi de vuelta adonde se estaba hospedando.

 

Por la mañana, Carolina pretendió que no había pasado nada, aunque su cuerpo se encendía de nuevo cuando evocaba lo ocurrido. Salió con Emilia a seguir conociendo y visitar a varios amigos, pero sólo tenía en mente cuánto había gozado con André, tanto que se animó a confesarle lo que pensaba; total, se iría de la ciudad, ¿qué podría pasar? Pero él no se encontraba disponible, así que no le quedó de otra más que continuar como si nada.

             La noche siguiente sería la última de Carolina en la ciudad, y de verdad lo único que quería era pasarla con André. No podía sacarlo de su mente, así que se atrevió a pedirle otra vez que se reunieran, aun temiendo que nuevamente dijera que no. Y casi saltó de alegría cuándo le respondió que sí, pero que se quedara toda la noche. Ok, ya tenía la respuesta que quería. Carolina y Emilia se encontraron en un bar; Caro no quería lagunas en sus recuerdos, así que se abstuvo de beber alegando que había tomado una pastilla para el dolor. Cuando finalmente Emilia se retiró, Carolina, muy emocionada, corrió a su cita, aunque sin demostrar que estaba realmente muy feliz, tanto que él llegó a pensar que algo la molestaba.

            Aunque se había autoimpuesto la regla de “nada sin condón”, sin importarle si André tenía o no el preservativo buscó complacerlo con su boca de la misma forma en que ella se sentía complacida. Caro disfrutaba escuchar sus gemidos mientras metía en su boca todo lo que le cupiera, aunque le daba miedo hacerle daño. Y cuando esperaba ansiosa el momento en que llegara en su boca, él se la quitó de encima y la tiró contra la cama. Tuvo sentimientos encontrados: quería complacerlo oralmente, pero a la vez deseaba tenerlo dentro, así que se dejó llevar. Después de que la penetró, sólo logró captar nebulosas escenas de cómo le agarraba la pierna levantándosela para entrar más profundamente, haberse quejado cuando le mordió uno de sus pezones, y luego cómo se colocaba por completo sobre ella haciendo palanca con sus hombros para llegar hasta el fondo a plena satisfacción… eso la perdió completamente, ya no recordaba nada más sino que él había terminado y ella estaba sin aliento.

             Luego de haber quedado exhausto, André se recostó a su lado, la abrazó y se dispuso a dormir. Ella no podía: estaba tratando de armar el rompecabezas mentalmente; “¿cómo es posible que no recuerde? ¡Esta noche no tomé, quería recordarlo!… ¿acaso él me vuelve tan loca que me borra la memoria?”. Al día siguiente, Carolina se despierta con más ganas que nunca, tenía muchos años sin encontrarse a alguien con quien fuese compatible en la cama... pero se habían quedado dormidos; André tenía que trabajar, y ella irse a alistar las maletas para el viaje de regreso. Se despidieron con un simple beso, mientras ella por dentro gritaba que quería más, mucho más.








domingo, 6 de febrero de 2022

 Amores lejanos...

recuerdos que afloran

en cada orgasmo.

martes, 18 de enero de 2022

El tirante del brassiere

 


Esa mañana, al iniciar sesión en mi cuenta de Facebook, había una nueva solicitud de amistad: Betty “N”. Abrí su perfil; no teníamos amistades ni grupos ni páginas en común. Casi todas sus publicaciones eran frases motivacionales o sobre el último mensaje papal. En otras palabras, nada que me interesara, pero algo me hizo no rechazar el contacto; lo archivé y me olvidé del asunto.     Tiempo después, una tarde que no tenía mucho qué hacer, abrí la lista de solicitudes pendientes con el ánimo de depurarla y, al llegar a Betty me latió aceptarla. Cuál no sería mi sorpresa que casi enseguida me mandó un mensaje de agradecimiento. Como es usual, empezamos a darnos likes y después a comentarnos las publicaciones. Un día me sorprendió que al revisar su muro vi fotos de ella que antes no aparecían, lo que indicaba que me había añadido a alguna lista personalizada. Resultó ser una mujer de unos treintaitantos, guapa, de rostro que sería bonito si no fuera porque en todas ellas aparecía con la boca apretada, seguramente resabios de una educación muy estricta y conservadora.     Un poco para divertirme, la añadí a una de mis listas, donde tengo a gente muy especial y de criterio amplio, con quienes sé que no hay problemas si publico textos o imágenes subidas de tono que apenas pasan la censura de la red social. Betty comenzó a darles algunos tímidos likes a los que yo correspondía comentando lo bien que se veía en sus fotos, ésas que nadie más comentaba.

Las cosas subieron de tono con una publicación mía en que me quejaba por llevar toda la mañana sufriendo por un fuerte zumbido en el oído derecho. Me respondió por mensaje privado diciéndome que seguramente alguien pensaba muy intensamente en mí y que el remedio era ladear la cabeza hasta morder el tirante del brassiere… si lo tuviera.
    Extrañado de que alguien tan chapado a la antigua me hablará de prendas íntimas decidí seguirle la corriente, y le pregunté si había probado el remedio. Tardó unos minutos en responder con una foto suya, que mostraba su hombro derecho descubierto por haberse bajado la blusa, y debajo insinuando los encajes de una sexi lencería de encajes negros que dejaban entrever el contorno de un seno muy bello; y aunque de su rostro sólo aparecía la barbilla, indudablemente era una foto de ella.
Pero lo más incitante era el texto del mensaje: “también me zumba el oído, ¿me ayudas a quitarmelo?"