la foto es de Robb Debenport, tomada de www.debenport.com
Para mí "poseer a una mujer" es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.

sábado, 10 de agosto de 2019

Una tarde nada rutinaria


Aquella era una tarde habitual más. Finalizada otra jornada de trabajo en mi estudio con Mary, mi buena amiga y confidente, la iba acompañando a la salida cuando sonó el timbre de la puerta. Abrí, y ahí estaba Luisa, mirando desconcertada que yo estaba acompañado. Bien sabía que ellas dos se detestaban, aunque intercambiaron un escueto saludo besándose en la mejilla. Le pedí a Luisa que me esperara en lo que acompañaba a Mary a su auto, donde a modo de despedida comentó: “cuídate de esa alimaña, quién sabe qué se trae”.
                En lo que volvía a mi casa me empecé a percatar que si había algo raro en la visita. Aparte de algunas pláticas ligeras en alguna fiesta no tenía mayor amistad con ella, y más extraño aún,  nunca la había visto con falda.
                De regreso, Luisa me explicó que había pasado para que le prestara algunos libros. Empecé a buscarlos cuando me dijo: –Tengo que pasar a tu baño–. Un rato después, la escuché: –¿Puedes venir, por favor?
                Recorrí el pasillo que lleva al cuarto de baño. Lo encontré vacío, pero la puerta de mi alcoba estaba entornada. Me asomé despacio: la vi acostada en la orilla de mi cama, desnuda, mirándome cómo miraba sus piernas estiradas, ligeramente separadas con la cara interna de los muslos vueltas hacia arriba.
                Me recargué en el marco de la puerta mientras ella mantenía ambas manos acunándose los senos.

–Anoche soñé que nos encontrábamos de frente en ese pasillo que casi siempre está solo. De repente, alzabas las manos hasta mis senos. En mi sueño eran más pequeños, cabían en el hueco de tus manos, tus manos... me gustaba verlas sobre mí y sentir tus caricias. Desperté muy excitada y sólo he pensado en venir a verte...
–Sigue tocándote, –le dije, y empecé a quitarme la ropa sin quitarle los ojos. Dejó una mano en su seno izquierdo y bajó la derecha... –¿Así?, preguntó, mientras su dedo medio presionaba el centro, y sus otros dedos abría ligeramente su sexo, tirando un poco hacia arriba.

Terminé de desvestirme mientras escuchaba su respiración cada vez más rápida. “No habrá preliminares”, pensé mientras me acercaba. Le tomé la mano derecha y la besé y, como siguiendo una coreografía de baile muy ensayada, ella respondió a mis movimientos con docilidad: la levanté de la cama para voltearla de espaldas y ponerla en cuatro sobre la cama, empujando su torso hacia adelante.
                Volví a poner su mano en su pubis y dirigí mi miembro siguiendo desde arriba el surco entre sus nalgas. Sentí un ligero respingo cuando pasé sobre su esfínter. Encontré su sexo un poco cerrado después de su primer orgasmo, pero su humedad me permitió penetrarla fácilmente. Sujeté con fuerza su cintura para empujar mejor hasta que, entre jadeos, reclamó: “mis senos, no los descuides”. Así que repegué mi torso sobre su espalda. Pasaron varios minutos en los que por un lado las caderas tenían un ritmo cada vez más vertiginoso, mientras mi cara estaba muy cerca de la suya, aspirando el aroma de su pelo y su aliento cada que repetía “así, ... así” cuando sus senos desbordaban el cuenco de mis manos.
                Al terminar, nos quedamos acostados casi en la posición que teníamos mientras hacíamos el amor, su espalda muy pegada a mi pecho, mis manos seguían acunando sus senos, maravillado de que tuvieran la misma consistencia firme y a la vez suave con que los había soñado.

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