Aquel sábado en la mañana tuve que ir al trabajo a resolver algunos pendientes rezagados. Como estaba segura de que en las oficinas no habría ningún colega, me puse una falda sencilla y blusita a juego, sin medias, con calzado deportivo, peinada de coleta y apenas maquillada. Sola en mi cubículo, el tiempo pasó volando; cuando bajé al vestíbulo descubrí que caía un verdadero diluvio que me obligaba a esperar porque, aunque hubiera llevado paraguas, esa tormenta empaparía a cualquiera.
Forzada
a hacer tiempo, comencé a estar aburrida, a tener frío y hambre mientras rumiaba
que de cualquier forma daba lo mismo estar allí o en otro lado porque mi vida
social y privada es prácticamente inexistente. De pronto el sonido del ascensor
me sobresaltó. No esperaba que en todo el edificio hubiera alguien más aparte
de mí y los vigilantes. Salió… llamémosla “M”, una chica muy guapa de otro
departamento a la que había la visto pocas veces en las instalaciones o en las
fiestas de la compañía y con quien nunca había intercambiado siquiera un
saludo.
“M” estaba
en las mismas circunstancias que yo: desarreglada, sin paraguas y con cara de
resignación. Comenzamos a charlar trivialidades y no tardamos en simpatizar.
En cuanto escampó fuimos a una pizzería cercana y al poco rato nos tratábamos
como amigas de años con muchas afinidades, entre ellas el gusto por la
películas sin pretensiones, ésas de humor simple “de pastelazo”, Como daba la
casualidad que ese día estrenaban una decidimos ir al cine que no quedaba
lejos. En el camino comenzó de nuevo a lloviznar, así que corrimos tomadas de
la mano para no resbalar. Aún así nos mojamos, y para no resentir el frío aire
acondicionado de la sala tuvimos que sentarnos hombro con hombro, muy juntas.
La
película resultó muy divertida y celebramos varias escenas agarrándonos de las
manos. Me sentía tan en confianza que no refrené mis sonoras carcajadas, una de
las muchas cosas por las que soy extremadamente tímida, y que reprimo para no
llamar la atención pero más por algo que nunca he confesado: cuando me río muy
fuerte me excito, creo que por el suave masaje interno en el abdomen; si a eso
se añade que los orgasmos me dan risa (entre más intenso el orgasmo, más sonora
la risotada) entenderán por qué prácticamente soy célibe tras varias parejas
que se tomaron a mal el asunto como si fuera una crítica a su desempeño. La única
ventaja de esto es que cuando por las noches veo programas frívolos y termino
masturbándome, los vecinos sólo escuchan mi risa, y cuando mucho han de creer
que soy medio boba.
Además,
la suave piel del brazo de “M”, su aroma y sentir cerca a una chica tan
atractiva hizo que no tardara en sentir un suave cosquilleo en la entrepierna.
Comencé a sentirme insegura. Nunca me había sentido interesada sexualmente por otra
mujer y temía que ella se percatara. Pero me sorprendió que en un giro de la
trama no hiciera nada por desentrelazar sus dedos y se arrimara aún más a
mí. Al terminar la cinta parecíamos dos adolescentes primerizas sin saber qué
hacer. Sólo se me ocurrió invitarla a mi casa para prestarle un suéter, porque
era notorio que la pobre se estaba helando.
Llegando
le ofrecí una bata de felpa para que se quitara la ropa mojada mientras la metía a la secadora y le dije que si quería darse una ducha, había agua caliente. Mientras, yo me
quité los tenis mojados y me ponía cómoda. Verla salir del baño sabiendo que no traía nada debajo
terminó de ponerme hot, más cuando se sentó en el borde de la cama
mientras se secaba el pelo mirándome con coquetería. Hice a un lado todas las
inhibiciones y me senté en sus piernas susurrándole al oído: “Eres la primera…”,
a lo que respondió con un “tú también” seguido por un beso apasionado en la
boca. En todas mis relaciones con hombres yo había sido muy pasiva, sin tomar
nunca la iniciativa, pero ahora tenía urgencia de que se diera cuenta de cuán húmeda
estaba, así que tomé su mano y la metí debajo de mi falda, llevándola sin dudas
hasta mi sexo.
La
dejé abrirme las piernas para que sus dedos tuvieran más espacio y libertad de
acción. Sentí como presionaba gentilmente sobre el encaje de mi tanguita y la
hacía a un lado buscando con delicadeza mis zonas más sensibles mientras su
otra mano recorría mi espalda y mi cadera. Me quité la blusa y el sostén para
que me besara los senos. Esperó el momento justo para penetrarme con dos dedos y alcancé el primer orgasmo de la noche, anunciado con una suave risita que la
enterneció.
Hizo que me pusiera de pie frente a ella para terminar de quitarme la ropa y se paró dejando caer la bata. Ahí estábamos las dos, desnudas, frente a frente, yo un poco más alta y desgarbada, ella deliciosamente deseable. Comenzamos a tocarnos, acariciarnos y besarnos y luego se dejó caer en la cama separando mucho sus piernas dobladas. Sin dudarlo, comencé a darle sexo oral, localicé rápidamente su clítoris con la punta de mi lengua y lo chupé mientras le metía los dedos y con la otra mano le tocaba los pezones. Sentí que casi alcanzaba el éxtasis cuando me jaló hacia ella. Nos acostamos lado a lado y por instinto encontramos la posición y el ritmo adecuados para darnos placer frotando nuestras vulvas. Me encantó ver en su carita la llegada de sus orgasmos escuchando sus gemidos. En cuanto a mí, como en el chiste aquel de la provinciana que llega a la gran ciudad, entonces sí me ganó la risa…
Terminamos agotadas, y nos quedamos dormidas abrazadas. A la mañana siguiente le preparé el desayuno y la despedí con un beso en la boca mientras le daba las gracias. En cuanto se fue, comencé a dudar si tendríamos una relación permanente o sólo fue algo de una noche. Pero antes de que me empezara a deprimir con arrepentimientos a pesar de lo bien que la había pasado, me llegaron dos mensajes suyos: “Contigo me saqué la lotería y conseguí estas dos cosas. Besos. Siempre tuya, M." junto con este cartelito que circula mucho en las redes:
1 comentario:
Una buena historia, y bien escrita además. O sea, como en el texto, dos en uno.
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