Esa tarde había
terminado a buena hora todo lo que tenía programado trabajar para la jornada.
Me di un buen baño y salí a la tienda de la esquina para comprar alguna
golosina. No era porque en realidad la quisiera, sino que me gusta salir a
caminar un poco y de paso ver a Jazmín, la dependiente, dueña de un derriere
de ensueño que suele lucir con ropa muy ajustada. Tuve suerte: ese día vestía unos
leggins blancos que ahora no cubría (como solía ocurrir) bajo una blusa
larga.
Me quedé un rato haciendo tiempo
curioseando los mostradores de la tienda y las piernas de Jazmín. En eso llegó Karina,
una atractiva vecina maestra de danza que daba clases de ballet en un estudio
en su casa, hasta que la pandemia la obligó a cerrar su local. Nos saludamos
mientras ella compraba un six de cervezas y algunas botanas saladas. Salimos
de la tienda, y me pareció ver que ellas intercambiaron miradas de complicidad
al momento de despedirse. Empezamos a caminar juntos rumbo a nuestras
respectivas casas cuando de pronto, me preguntó a bocajarro:
Sin saber por
qué, contesté con absoluta sinceridad: –Se me antojan sus nalgotas. –No me dio
tiempo de asombrarme de mí mismo por contestar así, cuando Karina prosiguió:
–Pues las tuyas
no están nada mal.
–No te hagas ilusiones con ella: es gay. Alguna vez se acercó a mis clases y pudimos intimar un poco. La verdad es que sí tiene un cuerpo de campeonato, pero no es muy mi tipo.
Debo haber puesto
cara de bobo, porque en seguida añadió:
–No todo lo que
se dice de mí y mi mala fama es cierto, pero sí hay cosas que pocos saben, como
ésa que te acabo de decir. Anda, vamos a mi casa, te invito una cerveza para
que se te baje lo ruborizado.
Pasamos al salón donde daba las
lecciones de ballet, ahora acondicionado con muebles cómodos y pantallas de
video estratégicamente distribuidos para aprovechar al máximo los enormes
espejos de las paredes. Quitó dos cervezas del paquete y puso el resto en el frigobar
junto al gran equipo de sonido, que encendió para poner un cd de jazz tocado
con saxofón.
Nos sentamos uno frente al otro
en sillones tipo puff muy cómodos mientras conversábamos de trivialidades y
pasábamos a beber licores más fuertes. Ya en confianza gracias al alcohol, la
conversación derivó a temas cada vez más candentes. Me confesó que su vida
íntima se había visto muy restringida por la pandemia, pero que el sexo virtual
la aburrió muy rápido. Sobre todo, le molestaba que se le acercaran con el típico
“te enseñaré a gozar”, –como si una no supiera –me dijo. Estuve de acuerdo; le
comenté que si algo había aprendido era que lo mejor que podía hacer uno con
una mujer sólo era ayudarla a alcanzar el éxtasis y gozarlo con ella.
Ella descruzó las piernas, me
miró con picardía y de pronto dijo: –Sorpréndeme.
Le pedí que se acercara. Metí
las manos bajo su blusa y la tomé de la cintura, deslizándolas hasta llegar a
las costuras del sujetador. Bajé de nuevo acariciando su costado y de vuelta
hacia arriba le levanté la blusa, se la quité y seguí subiendo para acariciar
su rostro y soltarle la coleta. No podía dejar de cambiar mi vista entre ella y
sus muchas imágenes que reproducían los espejos. Bajé acariciando su espalda y palpé
con entusiasmo su trasero. Me sorprendió cómo se sentía todo su cuerpo. Siempre
había imaginado que las bailarinas tenían los músculos muy tensos y a flor de
piel. Pero el cuerpo de Karina resultó muy suave al tacto, además de que olía
delicioso.
A
continuación la despojé de sus pantaloncillos, aprovechando para recorrer sus largas
piernas. Me quedé viéndola vestida sólo con su lencería juvenil color pastel y
sus zapatillas deportivas blancas. La admiré de frente y en todos los ángulos gracias
a los espejos. Me encantaron sus senos pequeños y firmes. Para besarlos, la
traje hacia mí sosteniéndola firmemente de sus bien torneadas nalgas, y con la
boca fui haciendo a un lado su sostén.
No me contuve y empecé a lamer y
chupar sus pezones pequeñitos, que ya en ese momento estaban erectos y
endurecidos. La hice que se sentara en mis piernas. Besé su cuello; con una
mano acariciaba alternadamente sus senos y con la otra su sexo. Lo apreté suavemente,
busqué sus contornos y los presioné hacia arriba haciendo una pinza, volviendo
a recorrer sus ingles de un lado y del otro empujando hacia el centro, donde me
tardaba frotando rápidamente arriba y abajo.
Mi excitación creció al escuchar
cómo su respiración se hacía más lenta y profunda, convertiéndose en suspiros y
luego en gemidos ahogados. Mis dedos comprobaron la humedad que trasminaba por
la tela de sus boxers; me los olí y luego se los acerqué para recorrer sus
labios antes de besarla por primera vez.
La recosté de espaldas en un diván
próximo. Tiré suavemente hacia arriba la tela para que los contornos de
entrepierna se dibujaran nítidamente y luego empecé a bajar toda la prenda.
Pero no del todo, los dejé entre sus rodillas para impedir que separara las
piernas. Y así juntos levanté sus muslos hasta su torso e hice que se los
sujetara con las manos.
A mi vista se desplegó la vulva
más hermosa y besable que hubiera conocido. Junté las uñas de mis manos y las introduje
con delicadeza en el surco central separando hacia los lados los ya enrojecidos
labios mayores. No me contuve para besar, lamer, chupar y paladear aquella puerta
al paraíso. En eso los gemidos de su primer orgasmo dieron paso a un: “tú, tú,
tú”…
Su posición favoreció una
penetración muy profunda. Le mantuve sujetas las piernas contra su torso hasta
que decidí liberarla para que gozará a su gusto con sus variaciones preferidas.
Perdí la cuenta de sus orgasmos y del tiempo que estuvimos haciendo el amor como
locos. Finalmente me empezó a cabalgar sabiendo que ya estaba al punto del
clímax, que alcancé sujeto de sus senos y mirando todos sus ángulos en los
espejos de alrededor
Estuvimos acostados lado al lado
recuperando el aliento. Al momento de salir de ella, me comentó:
–¿Te parece si sondeo
a Jazmín para organizar un trío?
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