Estoy intrigado. Escuché a un sexólogo pontificando: -- ...parece
presuntuoso pretender patentar perversiones...-- (p... p... p... puras palabras
principiadas por “p”. Me pregunto cuál etiqueta le podría Don Especialista a la
mía: Me encanta ir con la dentista para fantasear mientras estoy en la
consulta, literalmente a su merced.
Quizás haya algo del "fetichismo de la enfermera”, pero no me tachen de masoquista, que
no es el caso. ¿Vouyerismo? Tampoco, cuando el reflector, su mascarilla, los
anteojos y la bata me restringen la vista.
Fue una fortuna encontrarla. Excelente profesionista, gentil y guapa,
aunque algo delgada para mi gusto. En especial me atraen su mirada y sus manos
fuertes y al mismo tiempo delicadas (también es pianista). Entrando en la
tercera década, de modales suaves, voz sensual y además divorciada, no es
difícil entender que sea el tema de fantasías cada vez más elaboradas.
Mi imaginación se empieza a desbocar al momento de ocupar el sillón de
verás cómodo que se amolda al cuerpo dejándolo en una posición relajada,
mientras espero que se desarrolle el ritual: anticipo sus manos sobre mi cara
para darle el ángulo adecuado, como si recibiera una caricia de sus dedos
enguantados mientras apoya sus senos en mi hombro cuando busca la mejor
posición para trabajar.
Siempre me pregunto si lo hace a propósito, calibrando mi resistencia, o
es por coquetería innata. ¿Cómo explicar que se empeñe en susurrar canciones de
La Oreja de Van Gogh tan cerca de mi boca abierta?, ¿se dará cuenta cuanto me
excita comerme su aliento que llega a través del tapaboca? ¿Qué no se percata
cuán atrevida es la forma en que desliza su cuerpo sobre el mío cada vez que
ajusta el reflector o los controles del taladro? ¿Sabrá acaso del deleite que
me causa cuando hace resbalar su falda junto a mis manos inmóviles en las
braceras?
Me complace pensar que se perfuma el cuello y el busto para recibirme,
con ese aroma tan delicado. Me gustaría liberar sus orejas pequeñas de la liga
de la mascarilla y besarlas para curarlas de sus marcas... pero mi boca está
anestesiada, ¿cómo besar algo tan delicado con los labios entumidos y sabor a
cemento dental? El babero y el extractor de saliva tampoco son muy propicios
para una escena amorosa...
Al no estar en condiciones de besarla como y donde yo ansío, trato de
idear otras formas de seducirla. Podría empezar levantando una mano para
tocarla pero... ¿y si lo interpreta como que estoy indicándole una molestia?
Tendría que ser un avance que no dejara lugar a dudas ¿...y si le resulta
burdo? Quizá si apoyara la mano sobre su cadera... El desenlace de la fantasía
depende del estado de ánimo que le aprecie en el momento... a veces es
receptiva, a veces no, pero.... ¡cómo la deseo teniéndola tan cerca!
Debo aclarar que cuando hablo de “desearla” no estoy entendiendo “querer
poseerla” en el sentido de imponerle mi dominio manoseando su cuerpo o de una
mera morbosidad por conocer la forma de sus senos o saber cómo son sus
orgasmos. Para mí “poseer” es la posibilidad de adentrarme en la intimidad de
su alma a través de la intimidad sexual. No quiero sólo abrirle las piernas y
penetrarla: quiero entrar en ella cabalmente, fundirme en sus secretos al
hacerle el amor, conocerla enteramente y apreciar esos secretos que sólo
muestra una mujer cuando se apasiona y gracias al placer libera sus tabúes y
miedos. Gozar de ella y con ella en los planos físico y espiritual.
Por eso aderezo mi imaginación con diálogos en que ella se muestre
complaciente y dispuesta a que ambos tengamos una fiesta con su entrega:
Ella (asombrada y desafiante al percatarse de la caricia): --¿¡Qué
haces!?--
Yo (tímido): --Tratando de estar a la altura de las circunstancias--
Ella (arrogante): --Mis circunstancias están húmedas--
Yo (aliviado y excitado): --Pues quiero estar a la altura de ellas...--
Pero la realidad se impone. Sigo tratando de resolver el problema del
sillón: aunque cómodo es estrecho y rodeado de estorbos: el reflector, la
charola del instrumental, las llaves de agua. La salita de espera justo al
lado, y casi siempre llena de pacientes, me cohíbe, y me carcome la duda de qué
pasaría si no fuera capaz de satisfacerla.
Me conformare, pues, con seguir forjando fantasías y me despediré
conforme manda el decoro de la relación doctor-paciente. Hasta la próxima
consulta...
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